“Un día mi mujer me dio a elegir entre fumar e ir a ver al Murcia. Desde aquel día no he vuelto a probar el tabaco”, afirmaba José Rico, el célebre panadero de Archena, en una entrevista para un periódico regional. Nadie olvida su imagen en La Condomina. Sentado en su butaca roja, ligeramente encorvado, las manos apoyadas en las rodillas y remangada la camisa, siempre debajo de una camiseta del conjunto grana de alguna temporada perdida a mediados de los noventa. Murió en 2002, lamentando profundamente no poder ver “al mejor Murcia de la historia”.

Rico “el panadero”, le llamaban en su Archena natal. Casado y con un hijo, nació en 1928 y durante sus setenta y cuatro años de vida (falleció en 2002) se dedicó en cuerpo y alma a animar a su Real Murcia. Comenzó en la grada lateral de La Condomina. De ahí pasó al sector B y acabó en la grada preferente, en cuya butaca vio los partidos que le permitió su salud. Durante muchos años tuvo el honor de ser el socio número uno del club. Pero lo que de verdad le ha hecho dejar de ser un aficionado más para convertirse en una leyenda ha sido el amor que ha sentido toda su vida por el Murcia. Todos los domingos viajaba de su pueblo a la capital vestido en los últimos tiempos con una camiseta de la temporada 94-95, siempre encima de una camisa.

“A veces tenía que sujetarlo porque se tiraba al campo si veía algo que perjudicaba a su Real Murcia.”, afirma su amigo Mariano Crevillén, compañero de butaca durante “treinta y cinco años”. El día 27 de Junio de 2002 se apagó la luz que le mantenía con vida, pero aún después de irse quiso dar un último homenaje a su equipo. Fue su voluntad que encima del ataúd luciese una bandera grana con el escudo del Murcia en el centro.

“Manolo el del bombo quiso darme dinero para comprar un bombo, pero lo mío es animar con la voz”, dijo en una ocasión. ¡U-A, U-A, U-A!, gritaba José Rico cuando el viento soplaba en contra y el “runrún” típico de La Condomina enfriaba el ambiente, queriendo decir ¡MUR-CIA, MUR-CIA, MUR-CIA!. Se levantaba de su butaca, encorvado, y dando pequeños pasos caminaba por el pasillo principal de la tribuna preferente, que separaba la superior de la inferior, alzando la mirada y los brazos al resto de aficionados para pedirles, casi como el padre que regaña al hijo, que aplaudiesen y animaran. Y ellos, sumisos, lo hacían. Sin rechistar. Y cuando las fuerzas flaqueaban y los problemas respiratorios hacían mella, sacaba una botella de alcohol, mojaba las manos y se frotaba el pecho convencido de que aquella maniobra le proporcionaría nuevas fuerzas para cantarle a su Murcia. “Así grito más fuerte”, decía.

La afición le adora

Tal es el cariño que le profesa la parroquia grana que se extendió un cántico entre la grada de La Condomina. “¡Panadero, presidente!”, se gritaba desde el Fondo Sur, obligando a José Rico a levantarse de su butaca y saludar. Aún hoy, seis años después de su desaparición, se le recuerda de ese modo. Incluso el mismo fondo, pero del nuevo estadio, está ocupado por una peña llamada Curva Panadero. Pero los homenajes no acaban ahí, ya que la peña Santiago y Zaraiche otorga el premio Panadero de Archena al jugador más revulsivo de la temporada. Incluso el afecto sobrepasa las fronteras de los colores, y en la presentación del Ciudad de Murcia de hace algunas temporadas, Quique Pina, su fundador, invitó a su viuda y a su hijo. “Era un símbolo, un ejemplo para todos los murcianistas”, afirma un joven socio, exaltado al recordar que José Rico se sentaba cerca de él y que un día tuvo la oportunidad de llevarle, junto a su padre, al viejo estadio en coche.


Aqui podemos leer una emotiva carta que le escribe un aficionado:

Carta de Don José Rico

La última temporada que vieron sus cansados ojos fue aquella en la que el todopoderoso Murcia de David Vidal consiguió el ascenso a Primera. Desde hacía tiempo se le veía tembloroso, casi torpe. Su salud estaba tocada. Incluso se le adivinaba una mirada triste. Pero a pesar de todo eso, de todos sus achaques y de las dificultades que tenía para viajar de Archena a Murcia, no faltaba ningún domingo a su cita con el fútbol. Pocos meses antes de morir, mientras entraba a La Condomina, les dijo a los jóvenes aficionados en los que se apoyaba para llegar a su butaca cuál era la pena que le afligía: “no poder ver al mejor Murcia de la historia”.